viernes, junio 30, 2006

( 1a Parte)

Amo los paréntesis. Me agradan tanto como el chocolate amargo o un buen helado de vainilla silvestre. Los paréntesis son la pausa del mundo. La fuente de tranquilidad de todas las galaxias. Dentro de ellos se deshace un universo por segundo. O se crean miles por cada espacio dado. Dentro de los paréntesis nos damos la oportunidad de ser valientes. De decir lo que no podemos decir a quemarropa y sin excusas. Bajo la calma de su ondulación todos alguna vez nos hemos dado la oportunidad de sacar el corazón o el cerebro de a deveras y exponerlo en esa breve oportunidad, que a pesar de no tener una distancia justa o un tiempo establecido siempre se sabe que es solo un respiro, un paro cardiaco por segundos. Una sola oportunidad, corta y única como lo son las verdaderas.

Me gustan los paréntesis por que a veces es necesario tener la posibilidad de ser invisibles al menos en parte. Uno se puede aclarar, añadir, explicar, contradecir o empezar a ser, a creerse desde un parentésis. Los paréntesis son valentía disfrazada de no-quiero. Por que al final de cuentas muestran lo que se desea decir, lo que necesita expresarse. No se deja nada entre líneas. Nada a la espesura de entender entre letras.

Por eso me gustan estos signos, por eso y por la idea de que crean mundos dentro otros y esta existencia es recíproca. Un parentésis no puede existir sin un texto anterior, sin un mundo que ordenar, que embellecer o que aclarar. Una línea que necesita una paréntesis y no lo tenga siempre estará incompleta.
Por eso me gustan los parentesis, por que me han complementado la vida siempre. Por qué son un secreto dicho a media tinta, y los secretos tanto cómo las verdades (esas que son tan ellas, tan enteras que tiene que decirse con el aliento cortado) son dos de las contadas cosas que condimentan la existencia.

No hay comentarios.: