miércoles, diciembre 17, 2008

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Cuando llegó a la casa por primera vez hace ya más de cuatro años, lo primero que hizo fue observar detenidamente la sala para luego acomodarse en uno de sus sillones y quedarse dormida en él. La había conocido semanas antes. Y en verdad me había parecido simpática pero no estaba segura de volverla a ver.

La tarde que se quedó a vivir conmigo era calurosa y complicada. Y su presencia fue una bocanada de aire fresco. Como lo ha seguido siendo hasta el día de hoy. Durante varios días aprendimos a acomodarnos la una a la otra. A entender necesidades, horarios, caprichos. Y poco a poco nos fuimos acostumbrando a la existencia recíproca y a compartir espacios. Al punto de sentirme extraña el tiempo que no estuve en la misma ciudad que ella y a sentirme completamente en casa hasta que la tuve cerca.

Es verdad que no es perfecta. Pero entonces, ¿quién lo es? Su aliento es terrible, está pasada de peso, hace rabietas y se tira unos gases que son dignos de competir con S. Además ronca y cuando tiene pesadillas termina siempre despertándome. Pero es especial a su manera: la primera vez que me rompieron el corazón, antes de derramar una sola lágrima ya se encontraba a mi lado. Y cuando me enfermé al punto de tener infectados ojos, oídos y boca sin poder comer en días, apenas lograba que se despegara un rato de mi cama para que ella comiera algo. Y aún ahora a pesar de todo el dolor que ha tenido que soportar estos últimos días, se encuentra de buen humor e igual de cariñosa que siempre.

Ayer, mientras le acariciaba la cabeza entendí que probablemente la perderíamos pronto. Fue uno de esos martillazos que da la certeza sin ninguna explicación. También como un golpe de martillo entendí que la vida seria otra vida sin ella. Sería una vida más triste. Una vida vacía que se perdería de la cotidianeidad de su existencia.

Sé bien que nadie es oxigeno para nadie. Pero también conozco la capacidad de los seres para llenar la vida de otros seres. Para cambiarla.

Capicúa llena de pequeños detalles mi día con día, mi realidad , mi casa. Me enseña a diario el estado bruto del verdadero amor. Tiene el don de convertir las situaciones, las personas: Le ha descubierto a S una arista que ni siquiera él sospechaba tener. Y a mi en estas últimas 48 horas me ha convertido en una niña de nuevo. Cuando me acerco a ella y le susurro al oído (mientras lo deseo de corazón, mientras me aferro a creerlo) que por favor no. Aún no. Que faltan muchos paseos. Faltan otros parques. Que no puede irse todavía. Y después pretendo seguir con lo que estaba haciendo, mientras espero que una estrella fugaz pase o que den las 11:11.